Airbnb y Morena

Airbnb y Morena

Este texto no es sobre el partido político en el poder en México, aunque el título pueda sugerirlo. Es, más bien, una crítica al verdadero poder que está rediseñando nuestras ciudades y destruyendo comunidades: Airbnb y Uber. En su reciente campaña en Ciudad de México, Airbnb eligió a una protagonista morena y seria. Nada de morenos haciendo el ridículo en un mal intento de humor al estilo Televisa, ni rubias químicamente mejoradas vendiendo aspiraciones inalcanzables a personas que viven hipotecando su realidad. Aquí hay cálculo, diseño. Pero ¿nació esta narrativa "inclusiva" en México? Claro que no.

En la publicidad mexicana, desarrollada dentro de los marcos mentales de Televisa, los estereotipos son la regla. Los morenos siempre son los graciosos, los bufones de un guion repetido hasta el cansancio; las rubias, reales o "mejoradas," son las que venden el éxito, aunque ese éxito sea tan falso como su sonrisa perfecta y su cabello oxigenado. Airbnb entendió que esta fórmula ya no conecta, que una protagonista más parecida a la mayoría de los ciudadanos sería más creíble. Pero, seamos francos, ¿quién podría tomarse en serio a una rubia química, refinada con bisturí y adelgazada a golpes de Ozempic, intentando convencernos de que Airbnb es el salvador de nuestras ciudades? ¿Podría alguien así hablarle al vecino de la Roma que ve cómo su renta se triplica, o a la mujer de Iztapalapa que sueña con llegar a esos barrios mientras pierde horas en el metro de la ciudad? Por supuesto que no.

Esta campaña no pudo haberse diseñado aquí. ¿Cuándo el marketing mexicano logró superar su obsesión por los clichés? Esto es un producto importado, ensamblado en un laboratorio global de estrategias que simulan autenticidad e inclusión mientras ocultan lo que realmente son: plataformas que devoran barrios, desplazan comunidades y convierten hogares en negocios. ¿Es progreso utilizar rostros “auténticos” para camuflar los efectos devastadores del modelo Airbnb? ¿O es simplemente otra táctica global para hacernos sentir que la gentrificación es inevitable?

Airbnb promete progreso. Asegura que paga impuestos y que sus turistas dejan más beneficios que problemas. Pero ¿qué tan cierto es esto? Miremos la Roma o la Condesa. ¿Qué queda de esos barrios vibrantes y diversos? Hoy son vitrinas de Instagram, diseñadas no solo para turistas extranjeros, sino también para mexicanos que aspiran a una vida perfecta que no pueden permitirse, pero que ansían proyectar en sus redes sociales. Las papelerías, tlapalerías y tiendas de barrio han desaparecido, desplazadas por cafés conceptuales y restaurantes de autor. Las tiendas de abarrotes, donde los vecinos compraban lo esencial, han sido sustituidas por tiendas orgánicas y veganas. ¿Quién compra en esas tiendas? Turistas con presupuesto ilimitado y consumidores aspiracionales que, tras horas en el metro, llegan a estos "destinos turísticos" con la esperanza de encontrar algo más que un matcha latte caro. ¿Quién necesita clavos o tortillas cuando lo que importa es la selfie perfecta?

La Juárez, una colonia con encanto tradicional, no se salva. ¿Qué pasó con esas fondas familiares y tiendas que conocían a cada cliente por su nombre? Hoy son locales escenográficos que venden “experiencias” empaquetadas, perfectamente diseñadas para el lente de un turista. Lugares donde la comida y el ambiente ya no tienen alma, sino precio. Y no olvidemos la Del Valle, ese bastión de la aspiración de la clase media mexicana. Para muchos, es el paso intermedio hacia Polanco, ese espejismo del éxito donde, irónicamente, pocos llegarán. Airbnb no discrimina: donde haya un barrio habitable, lo transformará en un parque temático para consumo rápido. ¿Qué sigue? ¿Iztapalapa convertida en un "nuevo destino emergente" para turistas?

Pero Airbnb no actúa solo. Tiene un aliado perfecto: Uber. Estas plataformas no traen modernidad; traen despojo. Prometen progreso mientras desmontan comunidades y exprimen negocios locales. Pensemos en Uber Eats: los restaurantes de barrio, esas fondas y taquerías que sobrevivieron milagrosamente a la pandemia, ahora enfrentan comisiones de hasta el 30%. ¿Cómo pueden sobrevivir cuando Uber se lleva casi una tercera parte de sus ingresos? En barrios como la Roma o la Condesa, donde las rentas comerciales ya son inalcanzables, ¿qué esperanza le queda a un restaurante tradicional? Lo que queda de sus márgenes se evapora, dejando tras de sí locales vacíos o transformados en cafeterías genéricas hechas para turistas y consumidores de moda.

¿Es esto progreso? ¿Llenar las colonias de turistas y expulsar a los habitantes de siempre hacia la periferia? ¿Qué pasa con los dueños y empleados de esos negocios que pierden tres horas diarias en el transporte público solo para llegar a trabajar en un barrio que ya no les pertenece? Airbnb y Uber no están construyendo modernidad; están arrasando con las comunidades. Destruyen la economía local y con ella el tejido social.

Las calles que antes estaban llenas de vecinos que se conocían por su nombre ahora son escaparates para la fotografía perfecta, escenarios diseñados para el consumo rápido. ¿Qué queda de un barrio cuando sus espacios ya no son hogares, sino productos? Lo que antes era identidad ahora es branding; lo que era comunidad ahora es mercancía.

Este problema no empezó en Ciudad de México. Airbnb y Uber han impuesto este modelo depredador en ciudades de todo el mundo, despojándolas de su esencia y convirtiéndolas en mercancías. En Tokio, los vecindarios tradicionales están desapareciendo, transformados en bloques impersonales de alojamientos temporales que destruyen la armonía cultural que definía a la ciudad. En Roma, los turistas inundan calles que alguna vez fueron vecindarios llenos de vida local, mientras las familias romanas son desplazadas hacia los suburbios, incapaces de competir con los precios inflados de las rentas.

En París, la "Ciudad del Amor" es ahora la ciudad de los alquileres prohibitivos, donde los parisinos luchan por mantener sus hogares frente al avance de los inversores que convierten cada apartamento en un espacio para turistas. En Madrid, los barrios icónicos como Lavapiés y Malasaña han sido vaciados de sus residentes originales, reemplazados por turistas temporales que ven la ciudad como un parque temático. Incluso en Santiago y Montevideo, lugares donde el ritmo de vida solía ser pausado y local, la fiebre de Airbnb y Uber está desplazando lentamente a las comunidades tradicionales en favor del consumo rápido y el turismo masivo.

Entonces, volvamos a la pregunta inicial: ¿es Airbnb realmente un aliado de las ciudades o simplemente el nuevo rostro de una economía depredadora? ¿Y Uber? ¿Moderniza el transporte o lo desmantela? Cada anuncio, cada campaña que nos venden como progreso esconde un sistema que convierte hogares en productos y comunidades en experiencias desechables.

La próxima vez que veas un anuncio de Airbnb con una protagonista morena seria, pregúntate: ¿qué queda de una ciudad cuando sus barrios son vitrinas para turistas? ¿Qué queda de una comunidad cuando sus negocios y hogares se transforman en "experiencias" mientras sus vecinos son desplazados a las afueras?

Esto no termina aquí. Airbnb y Uber están replicando esta estrategia en cada rincón del mundo donde pueden extraer valor. Si no hacemos nada, nuestras ciudades serán vitrinas vacías y nuestras vidas también lo serán. Pero toda esta destrucción está creando una ira cada vez menos escondida. Ese resentimiento, ¿cree alguien que no se empezará a manifestar y organizar?

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