Antes te robaban con billetes, hoy con algoritmos
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La Ferretería y el Crédito Digital
Mario no es ningún aficionado. No abrió su ferretería ayer ni se puso a vender tornillos porque vio un tutorial en YouTube. Lleva dos décadas en esto. Ha sobrevivido crisis, devaluaciones, cambios de gobierno y golpes económicos que habrían borrado del mapa a cualquier ejecutivo de traje y corbata en menos de un mes. Conoce cada centímetro de su negocio. Sabe cuándo un cliente realmente necesita una broca nueva y cuándo solo está mirando. Sabe cómo negociar con proveedores, qué productos se mueven más rápido y cuándo hay que apretar el cinturón.
Pero ahora, todo su conocimiento parece valer nada. Mario ya no está compitiendo contra la ferretería de la otra calle. Su enemigo es un monstruo sin cara. Un leviatán digital que no duerme, que no paga renta, que no tiene empleados con familia. Un monstruo financiado con crédito barato, tecnología de punta y acceso ilimitado a datos que Mario ni siquiera puede imaginar.
Cuando un cliente necesita un taladro, no camina a la ferretería. Abre el celular. En segundos, Mercado Libre (que tiene muy poco de libre) le ofrece descuentos imposibles, Home Depot lo seduce con meses sin intereses y Amazon le promete que el producto llegará a su casa antes de que Mario siquiera se entere de que perdió la venta. Es una masacre digital en tiempo real, un exterminio del comercio local disfrazado de “eficiencia”.
¿Cómo pueden ofrecer esos precios? Fácil: no es que sean más eficientes, es que tienen financiamiento casi gratuito, líneas de crédito a tasas ridículas, subsidios disfrazados de "incentivos fiscales" y acceso a un nivel de datos que les permite manipular la demanda como un casino manipula a sus jugadores más fieles.
Mario sabe que el mundo cambió y que no puede seguir jugando con las mismas reglas de siempre. Necesita digitalizarse, vender en línea, meterse en el juego de los datos. Intuye que conocer mejor a sus clientes ya no significa solo recordar qué tipo de cemento prefiere cada albañil, sino anticiparse a sus compras antes de que las haga, como lo hacen las grandes plataformas. Pero para dar ese salto, para pelear en este nuevo campo de batalla donde los gigantes juegan con ventaja, necesita financiamiento. Y ahí es donde empieza el verdadero problema.
Entonces va al banco. Ahí lo atiende un ejecutivo con sonrisa falsa y camisa perfectamente planchada. El mismo tipo que no aguantaría un solo mes con la volatilidad de un negocio real, pero que hoy tiene en sus manos el destino de cientos de empresarios como Mario. Le explica que su negocio no tiene historial crediticio. No importa que lleve 20 años pagando puntualmente a sus proveedores, que haya sobrevivido crisis tras crisis sin cerrar ni un solo día. Para el banco, su ferretería no existe.
Pero le ofrecen una alternativa: un crédito personal. No para su negocio, sino para él, Mario, como individuo. Con tasas de tarjeta de crédito y condiciones diseñadas no para crecer, sino para hundirse en pagos eternos.
Entonces aparece la “fintech salvadora”, la que promete que ya no necesitará bancos ni papeleo. Dinero en minutos. Crédito sin trabas. Pura libertad financiera en un clic. Mario acepta. Y acaba en una trampa peor.
Porque el préstamo llega, sí, pero con tasas anuales del 60%, 80%, a veces más del 100%, con comisiones escondidas en cada línea del contrato y penalizaciones que harían temblar a un abogado. Cada clic que Mario dio en esa aplicación era una sentencia de deuda disfrazada de progreso.
Y lo peor: cuando Mario necesite una mejor línea de crédito en el futuro, ya no podrá obtenerla. Su historial estará manchado. Será visto como un “riesgo” solo por haber confiado en la supuesta innovación financiera.
Mientras tanto, las grandes cadenas seguirán recibiendo créditos a tasas preferenciales. Seguirán usando los datos para aplastar negocios como el de Mario. Seguirán engordando sus márgenes con dinero barato mientras los negocios locales quedan fuera del sistema, atrapados entre la deuda y el efectivo.
El problema no es que Mario haya dejado de vender. Es que lo han empujado a jugar en una cancha donde cada regla está diseñada para que pierda. Y la banca, los fondos de inversión y las fintechs lo saben. Porque ellos la diseñaron.
El Mito del Crédito para Negocios Locales
El sistema financiero tiene una historia que repite como un mantra sagrado: “Nunca ha habido tantas oportunidades para los pequeños negocios”. Dicen que el crédito es más accesible que nunca, que los bancos han modernizado sus procesos, que las fintech han eliminado las barreras, que cualquier negocio bien administrado puede acceder a financiamiento.
Mentira.
Nada ha cambiado. O peor aún, todo ha cambiado para que nada cambie.
Si el sistema financiero realmente estuviera diseñado para ayudar a los negocios locales, su lógica sería distinta. Pero no lo está. Está diseñado para extraerles dinero, no para hacerlos crecer.
Tres verdades incómodas que nadie en el sistema financiero quiere que sepas:
- Los bancos no financian negocios locales. No porque no puedan, sino porque no quieren. Su modelo de negocio no se basa en prestar dinero, sino en cobrar comisiones por todo lo que se pueda registrar en un estado de cuenta. Cada transacción, cada retiro, cada pago de nómina, cada error administrativo es una oportunidad para seguir ordeñando dinero de quienes más lo necesitan.
- Las fintechs no son la solución. Nos vendieron el cuento de que eliminarían la burocracia y democratizarían el crédito. Lo único que hicieron fue digitalizar la usura. Sus tasas son más altas, sus condiciones más opacas y su modelo de riesgo no mide la viabilidad de un negocio, sino la desesperación del dueño. La fintech no quiere que pagues tu crédito rápido. Quiere que sigas pagando intereses eternamente.
- El credit score es una broma macabra. No mide la capacidad real de un negocio para crecer. Solo mide si su dueño puede seguir pagando aunque se endeude hasta la ruina. ¿Que tienes años de clientes fieles, manejas bien tus márgenes y podrías duplicar tu operación con el financiamiento adecuado? No importa. Si alguna vez te atrasaste con una tarjeta de crédito o pediste un préstamo con tasas abusivas, estás fuera del juego.
A la banca no le interesa evaluar negocios locales. No se preocupa por entender cómo operan, qué los hace rentables o cómo podrían crecer con el financiamiento correcto. No es su negocio. Su negocio es llenar reportes con cargos por manejo de cuenta, seguros obligatorios y tasas que convierten a cada cliente en una mina de oro de intereses acumulados.
Si creías que el sistema estaba diseñado para ayudarte a crecer, la realidad es otra: el sistema está diseñado para que sigas pagando, no para que progreses.
China No Pregunta, China Financia
Nos dijeron que China era una economía artificial, que el verdadero capitalismo estaba en Occidente, que la innovación financiera solo podía florecer en el mundo libre. Nos lo repitieron tantas veces que terminamos creyéndolo. Incluso Trump parece convencido, a pesar de tener información para desmentirlo. Pero vivimos en tiempos de “hechos alternativos”, donde la realidad es opcional.
Mientras Occidente sigue atrapado en la prehistoria del crédito, operando con modelos de riesgo diseñados cuando los bancos solo prestaban a aristócratas con apellidos compuestos, China resolvió el problema que aquí ni siquiera intentamos abordar.
Mientras en Nueva York, Ciudad de México y Madrid, los bancos siguen aferrados a un sistema de calificación crediticia inventado en los años 50, en China los pequeños negocios ya acceden a financiamiento en tiempo real. No con tasas de usura, sino con inteligencia real.
Allá, los bancos no pierden el tiempo preguntando si el dueño de una ferretería pagó tarde su tarjeta de crédito hace cinco años. Analizan datos en tiempo real. Si un restaurante tiene menos reservas esta semana que la anterior, el banco lo sabe antes que el dueño. Si una tienda de barrio ve caer sus ventas, el sistema detecta el problema y ajusta el crédito antes de que sea demasiado tarde.
En Occidente, en cambio, el sistema financiero no ayuda a los negocios locales. Los castiga.
Si un comerciante se retrasa en un pago, su historial queda manchado. Si necesita financiamiento, lo etiquetan como riesgo y lo empujan al abismo de la deuda sin retorno. Aquí, si tropiezas, te pisan.
El problema no es que la banca occidental no pueda hacer lo mismo. Es que no quiere.
Mientras en China la prioridad es crear un ecosistema financiero donde las empresas accedan a crédito inteligente, en Occidente la prioridad es otra: endiosar un modelo financiero obsoleto y completamente desconectado de la realidad de quienes generan riqueza.
Pero aquí no termina la historia. Porque no solo en financiamiento nos están superando.
Occidente insiste en que China no innova, que solo copia, que su ventaja es la mano de obra barata y el robo de propiedad intelectual. Pero luego aparece DeepSeek y, en una sola jugada, deja atrás el carísimo OpenAI de Sam Altman y su famoso ChatGPT.
Lo que está pasando en IA es solo un síntoma de algo más grande. Mientras en Occidente los bancos defienden su rentabilidad con regulaciones diseñadas para excluir a los pequeños negocios, en China han entendido que el verdadero poder financiero está hacer crecer aceleradamente a los negocios locales.
Aquí seguimos llorando porque los chinos "no juegan limpio". Allá, siguen ganando la partida. La diferencia entre China y Occidente no es ideológica. Es de eficiencia. Y luego nos preguntamos por qué las economías locales están muriendo.
La Mente de un Alto Ejecutivo de Moody’s
Hace unos años, nos encontramos cara a cara con uno de los pesos pesados de Moody’s, no un burócrata de tercera línea ni un técnico que solo mira pantallas de Bloomberg. Era uno de los que realmente toman decisiones, de los que pueden hundir o salvar un país con una sola calificación. Un arquitecto del sistema financiero global, un personaje sacado de la élite que define quién merece crédito y quién debe seguir en la sombra.
La conversación empezó como suelen empezar estas cosas: con la arrogancia habitual de Wall Street. Él sabía que entendíamos el juego, así que no perdió tiempo con explicaciones básicas sobre la estructura del crédito. Pero nosotros tampoco estábamos ahí para escucharle repetir lo que cualquier libro de finanzas ya dice.
Fuimos directo al punto.
—Si Moody’s puede calificar la deuda soberana de un país entero, si puede analizar el riesgo de una multinacional con operaciones en cincuenta países, si puede ponerle un número exacto a la solvencia de un banco que maneja miles de millones, ¿por qué demonios no puede evaluar el riesgo de una ferretería, un taller mecánico o una panadería? ¿Por qué el sistema financiero sigue tratando a los negocios locales como si fueran invisibles?
Él sonrió. No con burla, sino con la paciencia del que ha respondido demasiadas veces la misma pregunta. No hizo rodeos, no intentó suavizarlo. Soltó la verdad como si estuviera explicando por qué el cielo es azul.
—Ustedes ya saben por qué. Saben que los bancos ganan más con las comisiones que prestando. Saben que no tienen incentivo en cambiar el sistema.
Hizo una pausa, dejó que las palabras pesaran en la mesa. Y luego soltó lo que realmente importaba.
—Pero hay algo que no han considerado. Los bancos están dispuestos a perder miles de millones en un mercado que abarca desde Alaska hasta Punta Arenas, solo porque nadie en la banca global se ha tomado la molestia de ensuciarse los zapatos y entender cómo funcionan realmente estos negocios.
Nos miramos en silencio. No porque no tuviéramos respuesta, sino porque esa afirmación lo cambiaba todo.
—No hay otra razón —continuó—. No es tecnología, no es falta de datos, no es que no sepamos cómo hacerlo. Es simple flojera institucional.
Se reclinó en la silla, confiado, seguro de que había desmontado cualquier ilusión de que el sistema podía cambiar por sí solo.
—Los negocios locales funcionan igual en toda América, Europa y Asia. Un restaurante en Ciudad de México, un taller mecánico en Buenos Aires, una ferretería en Lima, una tienda de ropa en Saigón. Tienen los mismos ciclos de efectivo, las mismas complicaciones con impuestos, los mismos problemas con proveedores, las mismas dificultades para vender. Podríamos haber diseñado un modelo de crédito para ellos hace veinte años. Pero nadie en la banca trabaja para el futuro. Solo piensan en los bonos trimestrales y anuales.
Ahí estaba la confesión. No es que no puedan hacerlo. Es que no genera dinero rápido.
Respiramos hondo. Todo lo que sabíamos sobre la banca global estaba ahí, dicho en voz alta por alguien que operaba dentro del sistema. Pero no había terminado.
—Además —agregó, mirándonos con más atención—, en el mundo de los negocios locales, la contabilidad y las finanzas no son suficientes.
Ahí captó nuestro interés.
—Sabemos que falta algo. Algo que los bancos no entienden porque nunca han salido de sus torres de cristal. Ustedes, los economistas conductuales —dijo, asumiendo que lo éramos—, deberían encontrarlo. Deben construir desde ahí.
No era una pregunta. Era un desafío.
Ahí quedó la conversación. La idea flotando en el aire, esperando a que alguien recogiera el guante.
Nosotros lo hicimos.
Así nació la Máquina de Guerra.