El capitalismo ha muerto, lo mató la tecnocasta
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El mito del capitalismo en EE.UU.
Steve Bannon es ese viejo zorro del populismo, el arquitecto de la primera victoria de Trump, el hombre que entendió que la rabia puede convertirse en una máquina electoral imparable. Un estratega brillante, un demagogo sin escrúpulos, un teórico del caos. En su mundo, todo es una guerra cultural y cada crisis es una oportunidad para reescribir la historia a su favor. Y, como buen profeta del apocalipsis, esta vez ha puesto el dedo en la llaga: si el 70% de los estadounidenses no tiene activos ni siquiera 1,000 dólares de respaldo, ¿cómo se puede seguir llamando capitalista a Estados Unidos?
Buena pregunta, Steve. Lástima que la respuesta que elige es la de siempre: la culpa es del Estado, del gasto público, del déficit. Ah, el déficit, ese villano omnipresente al que la derecha le atribuye todos los males, desde la caída del Imperio Romano hasta la desaparición de Blockbuster. Pero si el problema fuera el gasto público, Suecia estaría en ruinas y Haití sería una potencia. ¿No será que el problema está en otro lado?
Porque Estados Unidos no es capitalista en el sentido clásico. El mercado libre murió y en su lugar surgió algo mucho más eficiente para quienes lo controlan: el mercado cautivo. Ya no necesitas abrir un negocio, solo necesitas una cuenta en Amazon, Mercado Libre o Uber. ¿Quieres vender? Perfecto, pero prepárate para entregarles una parte obscena de tus ingresos. ¿Quieres llegar a clientes? Tranquilo, solo tienes que pagar por visibilidad, por envíos, por almacenamiento y por cualquier otra tarifa que al CEO de turno se le ocurra en su jet privado.
Y si te quejas, siempre hay un tecnócrata con MBA dispuesto a explicarte que "así funciona la innovación". Claro. La innovación. Es curioso cómo la innovación de las últimas dos décadas ha consistido en cobrarle más a los vendedores, pagarles menos a los trabajadores y eliminar la competencia. Un modelo espectacular, si te llamas Jeff Bezos.
Estados Unidos no tiene un problema de gasto público. Tiene un problema de captura privada. Steve Bannon lo ha entendido a medias: ve la ruina, pero no al verdugo.
La concentración económica como problema real
Si el capitalismo es un sistema de libre competencia, alguien debería avisarle a Jeff Bezos, a Marcos Galperin y a los fundadores de Uber, porque lo que han construido se parece más a una monarquía digital que a un mercado. Ya no hay competencia, hay vasallaje. Y si no quieres someterte, prepárate para la extinción.
Tomemos un caso concreto. Supongamos que tienes un producto que te cuesta 100 dólares y quieres venderlo en Mercado Libre o Amazon. Si quieres ganar un 20%—es decir, quedarte con 120 dólares—¿a cuánto tienes que venderlo? Lo que sigue es una obra maestra del saqueo moderno.
Primero, la comisión base: 15%. Luego, los costos de envío, que oscilan entre un 10 y un 20%. Si quieres visibilidad, debes pagar publicidad dentro de la plataforma, sumando otro 10 o 15%. Y si usas almacenamiento, hay una tarifa adicional, porque sería una pena que Bezos no pudiera costear su nuevo superyate. Cuando terminas de sumar, descubres que para ganar esos miserables 20 dólares, tienes que vender el producto en 160 o 170 dólares. Y lo peor: el cliente ni siquiera se da cuenta. Le han enseñado que está comprando "directo del vendedor", cuando en realidad está pagando un impuesto invisible a los dueños del mercado.
Mercado Libre ha perfeccionado esta estrategia en América Latina con una dosis extra de cinismo: se vende como el gran democratizador del comercio mientras aniquila a los comercios pequeños con comisiones abusivas, plazos de pago delirantes y una dependencia total del algoritmo. Rappi, Glovo y Uber Eats operan con la misma lógica: cobran comisiones del 30 o 40% y, cuando el negocio ya no puede sostenerse, le ofrecen un chaleco naranja y una moto para "emprender".
Este no es el capitalismo de Adam Smith. Es la versión digital del sistema feudal, donde los mercaderes han sido reemplazados por "socios estratégicos" y los impuestos por tarifas de plataforma. La diferencia es que, en la Edad Media, al menos el rey tenía que justificar su existencia.
El rol de los negocios locales
Si la economía fuera un ecosistema, los negocios locales serían los árboles que sostienen la vida. Y Amazon, Mercado Libre, Uber y compañía serían algo más parecido a una plaga. No producen nada, no crean nada, solo extraen. Nos vendieron la idea de que las plataformas digitales traerían libertad, pero lo que hicieron fue lo contrario: convirtieron a cada comerciante en un dependiente más de su infraestructura, a cada emprendedor en un peón de su monopolio.
Antes, una tienda de barrio podía vivir de sus clientes habituales. Hoy, si quiere sobrevivir, tiene que pagarle tributo a un intermediario digital que le cobra por vender, por enviar, por promocionarse y, si le queda algo de dinero, por respirar. Antes, un restaurante podía fidelizar a sus clientes. Ahora, si no aparece en Rappi o Uber Eats, no existe. Y si aparece, debe pagar comisiones tan altas que en algunos casos no gana dinero con la venta, solo con la ilusión de seguir vivo.
Pero lo peor no es solo la dependencia económica, sino el cambio de mentalidad. La tecnocasta ha logrado convencer a la gente de que comprar local es un acto de idiotez y que lo racional es hacerle el juego a los gigantes. Es más cómodo, es más barato, te llega a la puerta de la casa. ¿Pero a qué costo? A la desaparición de los comercios físicos, a la precarización de los trabajadores, a la completa entrega del mercado a unas pocas manos.
Nos dijeron que la tecnología democratizaría el comercio. Lo que hizo fue secuestrarlo. Y lo más irónico es que, cuando los pequeños negocios desaparezcan, cuando el único mercado que quede sea el de Amazon y Mercado Libre, las mismas personas que hoy compran allí descubrirán lo que significa pagar precios sin competencia. Pero para entonces será demasiado tarde.
Los negocios locales no son nostalgia. Son la última barrera entre un capitalismo funcional y un feudalismo corporativo.
El enemigo real
Nos dijeron que el problema era el déficit fiscal, que el gobierno gasta demasiado, que la inflación nos devora. Mentira. El verdadero déficit no está en las cuentas del Tesoro, sino en la capacidad de los ciudadanos para ser algo más que consumidores endeudados.
Primero nos quitaron los negocios. Amazon, Mercado Libre, Uber, Glovo y Rappi no compiten, exterminan. Sus modelos de negocio se basan en absorber el mercado, asfixiar a los pequeños comerciantes con comisiones abusivas y luego ofrecerles empleo precario en su propia plataforma. Si eres dueño de un restaurante y no te rindes a Uber Eats, tus clientes simplemente dejarán de encontrarte. Si vendes herramientas y no pasas por Mercado Libre, nadie sabrá que existes. No son intermediarios, son los dueños del tablero.
Después nos robaron la mente. Meta, X (Twitter) y TikTok no venden redes sociales, venden adicción, distracción y control. Primero te convierten en un trabajador desechable, sin negocio propio, sin independencia económica. Luego, cuando te preguntas cómo pasó esto, te entretienen con contenido basura para que no llegues a ninguna conclusión peligrosa.
El plan es brillante en su crueldad:
- Convertirte en un comerciante dependiente de su plataforma.
- Cobrarte tarifas cada vez más altas por vender.
- Controlar qué productos aparecen en la búsqueda y cuáles desaparecen.
- Hacer que el cliente crea que está comprando directo, cuando en realidad está pagando un impuesto digital disfrazado de eficiencia.
- Y finalmente, cuando ya no puedes competir, ofrecerte trabajo como repartidor o afiliado.
Es el modelo Uber: primero destruyen el transporte público, luego te "ofrecen oportunidades" de trabajo en su red de explotación. El mismo guion, aplicado a cada sector.
Nos prometieron la disrupción del mercado. Nos entregaron su captura total.
Una estrategia de resistencia económica
El problema no es el gasto público. Es que los mercados ya no existen. No hay competencia, no hay empresarios independientes, solo intermediarios digitales drenando la riqueza de millones para concentrarla en unas pocas manos.
La única respuesta es la resistencia: comprar en negocios locales, reconstruir redes de distribución independientes, dejar de alimentar la maquinaria de los monopolios digitales. El capitalismo no lo está matando el Estado, lo están asesinando cinco plataformas que lo han convertido en su feudo privado.
Y sí, necesitamos una mente perversa como la de Bannon. Su capacidad de organización. Su entendimiento del resentimiento. Pero no alguien que use a las mayorías como carne de cañón para sus fines políticos, sino alguien que las movilice para su propio beneficio. Alguien que no solo denuncie la captura del sistema, sino que construya la alternativa.
Porque la tecnocasta no se va a detener sola. Hay que empujarla al vacío.