El Estratega del Caos
Claudio Román no es un estratega y consultor de negocios clásico. Chileno de origen y mexicano por adopción, con estudios en Economía y Antropología ha recorrido un camino único que une disciplinas tan diversas como la filosofía del lenguaje, la arquitectura de software y las operaciones especiales. A lo largo de más de 25 años, Román ha navegado entre el mundo corporativo y el terreno, entre el código y las comunidades olvidadas. Sus proyectos, como Kempelen, son una síntesis de esta experiencia: herramientas diseñadas para democratizar la inteligencia estratégica en un mundo que privilegia la exclusión.
¿Cómo se define Claudio Román?
Definirse es como intentar atrapar el viento: pretencioso e inútil pero, ya que estamos aquí diría que soy alguien que vive en tensión permanente, un equilibrista entre la lógica y el caos, un estratega y consultor de negocios no clásico. La economía me dio un marco para entender cómo funcionan las estructuras, y la antropología me enseñó a leer las narrativas que las sostienen. Sin embargo, fue recorriendo mercados, pueblos y comunidades donde realmente entendí el sistema: un organismo vivo, contradictorio y, en muchos casos, cruel. También soy un autodidacta irremediable. Tuve la posibilidad de estudiar filosofía del lenguaje, gracias a la compañía consultora que me hizo migrante, me intrigaba cómo las palabras moldean el poder, y desde la adolescencia aprendí a escribir código porque quería construir herramientas para desarmarlo. Esa mezcla me define: alguien que observa el sistema desde dentro, pero siempre con la intención de encontrar sus anomalías.
Hablas mucho de la gente común, pero trabajaste en el mercado de valores y en el mundo corporativo. ¿Es una contradicción?
No es una contradicción; es un entrenamiento. El mercado de valores es como un casino con reglas diseñadas para que siempre gane la casa. Trabajar ahí no fue un acto de admiración, sino de estrategia y también subsistencia: quería entender las reglas para hackearlas, pero también necesitaba flujo en un período que me retiré de la consultoría y después de un accidente junto a sus secuelas. En el mundo corporativo aprendí a traducir su lenguaje, lleno de gráficos y eufemismos, en algo útil para quienes están fuera de esa burbuja. Pero la verdadera economía no está en esos lugares. Está en los mercados locales, en las pequeñas tiendas, en la gente que improvisa y sobrevive. Esos dos mundos me enseñaron que el conocimiento del sistema es un arma, y nuestra plataforma Kempelen es la forma de ponerla en manos de quienes nunca tuvieron una.
¿Cómo lidias con tus contradicciones entre el mercado de valores y tu visión crítica del sistema?
Con pragmatismo y algo de ironía. El mercado de valores no es más contradictorio que un casino: todos saben que está diseñado para que la élite gane, pero igual entran los que tienen recursos para eso aún sin ser de la élite. Mi tiempo ahí fue como el de un infiltrado: aprendí las reglas, no para celebrarlas, sino para entender cómo usarlas en favor de quienes están fuera del juego. Reconozco que hay algo incómodo en criticar un sistema que conoces desde dentro, pero esa incomodidad es también una ventaja: me permite construir soluciones, como Kempelen, que no son utópicas, sino herramientas tácticas para enfrentar las desigualdades estructurales.
¿Qué aprendiste del mundo corporativo?
Que son maestros en disfrazar la mediocridad como eficiencia. Las grandes empresas viven aterrorizadas por la incertidumbre, aunque les encanta hablar de "disrupción". Son estructuras que funcionan como un reloj suizo para perpetuar el statu quo, pero que colapsan cuando el terreno se mueve bajo sus pies. Mi tiempo ahí me enseñó a observar su miopía, pero también a aprovechar sus herramientas. No todo fue inútil: aprendí a traducir su lenguaje y a identificar cómo operan sus burbujas de poder. Kempelen es, en parte, un reflejo de esa experiencia: una herramienta que no busca controlar el caos, sino navegarlo con inteligencia y pragmatismo.
¿Qué opinas del sistema actual?
Es una versión elegante del feudalismo. Cambiaron los castillos por oficinas en Wall Street y Silicon Valley, pero la lógica es la misma: unos pocos concentran el poder mientras el resto compite por las migajas. Lo irónico es que se venden como meritocracias, cuando en realidad el sistema está diseñado para que muy pocos asciendan y el resto se mantenga en su lugar. No está roto; funciona exactamente como lo diseñaron. Por eso nació Kempelen, no intenta destruirlo, pero sí construir alternativas que desafíen sus reglas, aprovechando sus propias grietas para empoderar a quienes están fuera del juego principal, es encontramos las grietas del casillo y a la vez las puertas traseras que no están selladas por donde poder entrar sin ser vistos.
¿Qué opinas de figuras como Donald Trump y la ultraderecha?
Son cirujanos expertos de las emociones negativas; convierten el resentimiento en poder. Trump es un revival de lo que Maquiavelo explicó hace siglos: la política no necesita héroes, sino villanos útiles. Ha entendido que la indignación, el egocentrismo y la nostalgia son las fuerzas más movilizadoras, mucho más efectivas que las promesas racionales. Su estrategia no busca resolver problemas, sino amplificarlos para mantener el control. La izquierda, en cambio, insiste en hablar con promesas y datos en un mundo que vibra con emociones. Es incómodo admitirlo, pero quien no entienda el poder del resentimiento como fuerza política está condenado a quedarse en los márgenes.
¿Cómo se enfrenta al caos desde Kempelen?
El caos no se elimina; se domestica. Kempelen no vende la ilusión del control, sino la capacidad de adaptarse. La plataforma está diseñada meter al juego a quienes el sistema busca mantener fuera del juego, a quienes no tienen acceso a grandes recursos, pero el caos es también lo que les permite ser flexibles y sobrevivir. Nuestra tarea no es simplificar la complejidad, sino ofrecer herramientas que conviertan esa incertidumbre en ventaja táctica. En lugar de dashboards bonitos para ejecutivos, Kempelen entrega estrategias prácticas para que los pequeños negocios naveguen la tormenta en la que viven todos los días.
¿Qué papel juega la gente común en tu pensamiento estratégico?
Son el epicentro de todo. La economía real no ocurre en las juntas directivas ni en los eventos corporativos; ocurre en los mercados, las tiendas de materiales y las pequeñas ferreterías. Ahí es donde las decisiones son inmediatas, los márgenes son delgados y la creatividad es obligatoria. Vengo y soy parte de la gente común. Pasé años escuchando a comerciantes, trabajadores y dueños de pequeños negocios, y aprendí más de ellos que de cualquier libro o análisis académico. Si no entiendes cómo vive y piensa la gente común, no entiendes nada. Kempelen es, esencialmente, una herramienta para devolverles el control en un sistema que fue diseñado para ignorarlos. Por eso también Kempelen es más que una plataforma tecnológica, es una herramienta de movilización social.
Has trabajado en campañas políticas. ¿Qué puedes contar sobre esa experiencia?
Las campañas son como un ajedrez en un campo minado: estrategia pura, con el riesgo de que todo explote en cualquier momento. Una de las más interesantes fue la de un político identificado desde el inicio por su orientación sexual. Decidimos no centrar la narrativa en eso, no por ocultarlo, sino porque era una distracción. Nos enfocamos en desigualdades sociales, en justicia y en las promesas incumplidas del sistema. El candidato, que tenía una trayectoria sólida en estos temas, ejecutó la estrategia con precisión, y ganamos porque hablamos de lo que realmente le importa a la mayoría: trabajo, salud, educación y seguridad. Fue un recordatorio de que, aunque la política es emoción, también requiere de enfoque y profundidad.
¿Cómo conectas todo esto con Roman Risk?
Roman Risk es mi laboratorio de ideas. Es el lugar donde analizo patrones más amplios y reflexiono sobre los temas que luego aplico en proyectos como Kempelen. Es también un espacio de resistencia intelectual, un ejercicio para mantenerme crítico y evitar la complacencia. Roman Risk conecta todos los hilos: las contradicciones del sistema, las emociones que lo mueven, y las oportunidades que se abren en sus grietas. En muchos sentidos, es la voz crítica que me recuerda por qué y para quién estamos construyendo estas herramientas.
¿Qué te preocupa más del futuro?
Que estamos construyendo sistemas cada vez más sofisticados, pero menos humanos. Mientras hablamos de inteligencia artificial y algoritmos, millones de personas siguen sin saber cómo llegar a fin de mes. Lo irónico es que estas tecnologías, que podrían cerrar brechas, están ampliando las desigualdades. No me preocupa la tecnología en sí, sino la falta de voluntad para usarla de manera justa. Kempelen es mi intento de devolver la tecnología a quienes realmente la necesitan: no como un lujo, sino como una herramienta para resistir, prosperar y, en el mejor de los casos, cambiar las reglas del juego.
In memoriam de J. Lanata