¿Trump y Sanders contra los bancos? Lo que nadie te dice sobre las tasas de interés.

¿Trump y Sanders contra los bancos? Lo que nadie te dice sobre las tasas de interés.

Una Alianza Inusual

Donald Trump y Bernie Sanders: la pareja menos probable que alguien pudiera imaginar compartiendo una propuesta. Sin embargo, el rencor hacia los bancos tiene un poder unificador que trasciende ideologías. En el tablero político estadounidense, las tasas de interés abusivas de las tarjetas de crédito han sido el catalizador para una convergencia que parece escrita por un guionista en busca de una comedia improbable.

¿Cómo es posible que figuras tan dispares encuentren un terreno común? Sanders siempre fiel a su vocación de impactar en las condiciones materiales de la mayoría, han respaldado esta medida. Para él, cualquier acción que aligere el peso de las deudas en los hombros de los trabajadores y pequeños negocios es un avance en la dirección correcta. Trump, por otro lado, juega una carta distinta: el populismo transaccional, que no busca redimir sino capitalizar el resentimiento hacia las instituciones financieras tradicionales.

El contraste con México resulta inevitable. Aquí, el supuesto gobierno “chavista” de la 4T coqueteó con la idea de limitar las comisiones bancarias, pero terminó retirando su propuesta ante la presión de los gigantes financieros, en particular los bancos españoles, que encuentran en México su principal fuente de utilidades. Curiosamente, en este lado de la frontera no hubo “liberales” clamando por mayor competencia ni legisladores indignados por el traspaso de ingresos de la mayoría hacia una minoría súper rica. El argumento fue simple: “El mercado se regula solo”. Y así, una oportunidad de redistribuir el poder financiero quedó enterrada bajo el peso de un statu quo intocable.

Por eso, esta inusual convergencia en Estados Unidos es tan llamativa. Trump y Sanders no están alineados ideológicamente, pero entienden algo fundamental: en tiempos de crisis, atacar el poder de los bancos es una narrativa que vende, moviliza y promete resultados. Para millones de estadounidenses endeudados, esta propuesta suena como el respiro necesario, aunque el aire fresco venga con un aroma inusual a pragmatismo político.

El Contexto: Las Tasas de Interés y el Resentimiento Social

Las tasas de interés son como semillas de ira que los bancos siembran meticulosamente, confiando en que el terreno fértil de la necesidad económica haga el resto. Pero estas semillas no producen frutos, solo raíces de resentimiento que ahogan lentamente a familias y pequeños negocios, atrapándolos en un ciclo del que pocos logran escapar.

Para los negocios locales que no pueden acceder a crédito empresarial, estas tasas representan una barrera insalvable, un recordatorio constante de que el sistema financiero no fue diseñado para ellos. Para los jóvenes endeudados, son el precio de un sueño que se convirtió en pesadilla: pagar una educación con la esperanza de prosperar, solo para descubrir que la deuda los encadena al punto de partida. Y para los profesionales mayores, desplazados y con ahorros mínimos, esas semillas florecen en un sistema que les niega el crédito por falta de "solvencia", mientras ven cómo su dinero es devorado por intereses que no paran de crecer.

Este resentimiento colectivo hacia los bancos no surge de un acto único, sino de la acumulación de pequeñas traiciones diarias. La negativa a un crédito razonable, las tasas que crecen sin control, y la sensación de que los bancos protegen sus márgenes de ganancia a costa de los más vulnerables. Es esta acumulación la que convierte el sistema financiero en el enemigo perfecto: un enemigo que no perdona ni sangra.

Los bancos, en su relación con las tasas de interés, son veloces solo cuando les conviene. Cuando las tasas suben, corren con la urgencia de un depredador para incrementar el costo de los créditos, cargando aún más a sus clientes. Sin embargo, cuando las tasas bajan, su reacción es deliberadamente pausada, como un reloj que avanza a paso calculado, asegurándose de exprimir hasta la última gota del diferencial. Es una relación de poder desigual, donde los clientes siempre llevan la peor parte, aplastados por una lógica que prioriza los márgenes sobre la justicia financiera.

Trump y Sanders entienden que estas semillas de ira están listas para ser cosechadas. Su propuesta no solo apunta al bolsillo de las personas, sino también a sus emociones más profundas: la frustración de sentir que trabajan para pagar intereses, no para construir un futuro. El resentimiento social no es una reacción espontánea; es una cosecha cuidadosamente alimentada por un sistema que prioriza la rentabilidad de unos pocos sobre las vidas de la mayoría.

¿Una Jugada Política o un Cambio Real?

Donald Trump, maestro en la alquimia del populismo, ha encontrado en las tasas de interés una nueva fórmula para conectar con los votantes desencantados. La propuesta de limitar los intereses de las tarjetas de crédito no es solo una promesa económica; es un guiño a la clase trabajadora y los pequeños negocios, quienes sienten que el sistema financiero ha sido diseñado para su explotación, no para su beneficio. Para Trump, esta medida no solo refuerza su imagen de defensor de los "olvidados", sino que también le permite competir en el terreno de los temas económicos tradicionalmente dominados por la izquierda.

Mientras tanto, una figura como Bernie Sanders interpreta esta propuesta bajo un prisma diferente. Para él, es una oportunidad estratégica de presionar por reformas económicas estructurales que afecten directamente las condiciones materiales de la mayoría. Sanders ha sido consistente en su crítica al sistema financiero y en su apoyo a medidas que buscan redistribuir el poder económico hacia los más vulnerables. En este sentido, respaldar la propuesta de Trump no implica una alianza ideológica, sino una táctica pragmática para avanzar en su agenda.

La pregunta clave, sin embargo, permanece: ¿Es esta una solución real o una promesa que quedará atrapada en el juego político? Trump, conocido por sus audaces afirmaciones, enfrenta una paradoja interna: ¿podrá imponer su promesa sin alienar a la élite financiera, una de sus bases de apoyo más influyentes? Limitar las tasas de interés es, en esencia, una declaración de guerra contra un sistema que ha favorecido históricamente a los grandes bancos, muchos de los cuales son pilares del establishment republicano.

Además, está el dilema de prioridades. Trump llega a este nuevo mandato con múltiples frentes abiertos: el enfrentamiento con los neoconservadores en defensa y exteriores, su batalla contra el "Estado profundo", y ahora, esta promesa económica. ¿Tendrá la habilidad, o incluso la intención, de enfrentarse a la élite financiera para cumplir su palabra? O, como ha sucedido tantas veces en la política, ¿esta medida será diluida por las fuerzas que operan en las sombras del poder?

La jugada de Trump es arriesgada. Si cumple, podría redefinir su legado como un populista pragmático. Si falla, no será solo una derrota personal, sino una confirmación más de que incluso las promesas más resonantes pueden quedar atrapadas en el engranaje implacable del poder político y económico.

El Papel de los Bancos: Enemigo Común

En este discurso, los bancos tradicionales se consolidan como el enemigo perfecto: omnipresentes, indispensables y, al mismo tiempo, profundamente impopulares. Actúan como los guardianes de un sistema excluyente que otorga acceso al crédito como si fuera un privilegio, no un derecho. Esta narrativa, aunque políticamente conveniente, tiene raíces profundas en la realidad cotidiana de millones de personas.

Las cifras no mienten. Según datos recientes, las tasas de interés en tarjetas de crédito en Estados Unidos superan en promedio el 30%, mientras que las tasas de referencia de la Reserva Federal rondan el 5%. Este abismo ilustra cómo los bancos maximizan sus márgenes de ganancia a costa de los consumidores, muchos de los cuales utilizan estas tarjetas no para lujos, sino para cubrir necesidades básicas. En México, la situación no es muy distinta: las tasas de interés en tarjetas de crédito pueden superar el 50%, un número que refleja no solo la voracidad de las instituciones financieras, sino también la precariedad del acceso al crédito formal para la mayoría de la población.

El impacto económico es devastador. Los negocios locales, que podrían utilizar el crédito para expandirse, quedan atrapados en un ciclo de rechazo y exclusión. Familias enteras enfrentan deudas que crecen más rápido de lo que pueden pagarlas, convirtiéndose en rehenes de un sistema diseñado para beneficiar a los mismos de siempre. Este desequilibrio perpetúa un resentimiento colectivo que no solo conecta con el discurso de figuras como Trump y Sanders, sino que también refuerza nuestra postura en la lucha por combatir a los enemigos de los negocios locales.

Desde nuestra perspectiva, los bancos no son solo instituciones financieras, sino actores clave en la arquitectura del poder económico que aplasta a los negocios locales y privilegia a los grandes.

El resentimiento hacia los bancos es un recurso político poderoso porque trasciende las divisiones ideológicas. No importa si se está a la derecha o a la izquierda del espectro político: todos han sentido, en algún momento, que los bancos juegan con cartas marcadas. Al construir sobre esta base emocional, podemos articular una crítica más amplia al sistema y, al mismo tiempo, presentar soluciones concretas que empoderen a quienes han sido ignorados por los guardianes del crédito.

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