Una Maquina de Guerra:¿Quién la va a dirigir?

La tormenta que nadie vio venir
Los grandes jugadores de la economía siempre creyeron que podían moverse a tiempo, que bastaba con cambiar de discurso para seguir en la cima. Cuando la regulación ambiental se convirtió en una presión política, se autoproclamaron los campeones del ESG. Cuando la diversidad y la inclusión dominaron la agenda corporativa, se pintaron de progresistas, decorando juntas directivas con CEO’s transgénero y campañas inclusivas. Cuando la globalización se volvió una mala palabra, se transformaron en proteccionistas de la noche a la mañana, renegando del mundo que ellos mismos construyeron.
Y ahora, con el giro político global, están coqueteando con el conservadurismo, con la “energía masculina”, con la misma frialdad con la que antes vendían discursos de sostenibilidad, equidad de género y globalismo. En cuestión de meses pasaron de defender la diversidad a celebrar la testosterona. De financiar la defensa de Ucrania a cuestionar si vale la pena seguir apoyándola. De hacer alianzas estratégicas en China a buscar su aislamiento. No tienen ideología, solo reflejos.
Pero esta vez, su truco ya no funciona.
Pero esta vez no podrán moverse lo suficientemente rápido.
Porque el problema no es una moda pasajera. El problema es que esta vez ellos pueden ser el enemigo. El resentimiento de los negocios locales no es un malestar difuso que puedan administrar con una campaña de relaciones públicas. Es una estructura en formación. Es una máquina que, si no es controlada a tiempo, puede volverse contra ellos.
Las reglas de la economía han cambiado de forma irreversible. Y quienes no lo vean ahora, serán los siguientes en la línea de fuego.
Algo ya cambió
En la política global, hemos visto cómo los partidos tradicionales han sido desplazados por nuevas fuerzas que, en muchos casos, se han organizado desde redes informales y sin estructura jerárquica clara. ¿Cómo interpreta este fenómeno y qué nos dice sobre el futuro del poder?
El mayor error de cálculo de las élites políticas y económicas fue creer que la estabilidad era la regla y no la excepción. Pensaron que los partidos tradicionales eran estructuras inamovibles, porque tenían financiamiento, acceso a medios, redes de influencia, think tanks, asesorías de estrategia. Creyeron que las reglas del juego nunca cambiarían.
¿Y qué pasó? Primero, ignoraron la crisis de representación. No podían concebir que la gente estuviera harta de ellos. Después, se burlaron de los nuevos actores políticos que emergían desde las redes sociales. Los llamaron payasos, demagogos, populistas. Creyeron que nadie los tomaría en serio. Luego, intentaron domesticarlos, absorberlos en sus propias estructuras. Pero lo que no entendieron es que el sistema ya no tenía la capacidad de cooptar el descontento. Y cuando finalmente quisieron reaccionar, ya era tarde. ¿Cuántas veces hemos visto esta historia? El Partido Republicano ya no le pertenece al establishment. Es la franquicia personal de un hombre que convirtió la política en un reality show. En Francia, Le Pen está más cerca del poder que nunca, mientras los viejos partidos apenas pueden mantenerse en pie. Italia, España, Alemania: los sistemas políticos tradicionales están desmoronándose. América Latina ya no tiene partidos históricos. Han sido reemplazados por movimientos de guerra digital, por estructuras sin rostro, por líderes que no existían hace cinco años Y aún así, en cada crisis, las élites repiten el mismo mantra: "Esto no puede pasar aquí." Pero pasa. Siempre pasa. Porque su mayor error fue creer que la gente vota por su interés racional. Creyeron que la política es una ecuación económica, cuando en realidad es una ecuación emocional.
Creyeron que podían administrar la crisis con más marketing, con más discursos sobre progreso, con más estrategias de comunicación. Pero lo que nunca entendieron es que el resentimiento, la ira, las reacciones y el narcisimo no se gestionan: se organizan. Y esa misma lógica es la que ahora está a punto de reorganizar los mercados.
La tormenta no viene de Trump, viene de abajo
Si los partidos tradicionales fueron superados por redes descentralizadas y por el control de las emociones, ¿cómo se traduce esto en la economía y en los mercados masivos?
Si lo que ha venido ocurriendo en la política en los últimos diez años –Brexit, Trump, Le Pen, Milei, Meloni– ya se ha repetido con Trump en su segunda administración y se está replicando en el mundo, ¿por qué seguimos pensando que no va a ocurrir en los negocios? Las grandes corporaciones creen que la clave es adaptarse a Trump y sus imitadores, realinear estrategias, navegar rentablemente en un mundo donde la globalización dejó de ser el dogma incuestionable. Pero no ven la verdadera amenaza. No viene desde arriba. No viene de un cambio en la Casa Blanca. No viene de las élites reconfigurando sus posiciones. Viene desde abajo. La indignación de los negocios locales. El resentimiento de los pequeños comerciantes desplazados por las grandes plataformas. El hartazgo de los consumidores empobrecidos y precarizados, que si comienzan a comportarse en el mercado como lo han hecho en política, lo mínimo que deberían hacer las grandes corporaciones es preocuparse seriamente.
Durante el auge de la globalización, a los ciudadanos se les trató como consumidores. Todo giraba en torno a ofrecerles opciones, experiencias, branding aspiracional. La política era la clase económica de la economía. Los gobiernos administraban, las marcas expandían sus mercados, las corporaciones crecían sin fricción. Eso terminó. Ahora los ciudadanos están actuando en política como consumidores defraudados. Y los consumidores están empezando a actuar en el mercado como votantes indignados. Y aquí está el punto clave: esta vez, no es solo una tendencia social. Los elementos para que esto ocurra ya están en su lugar. El resentimiento existe. La desconfianza en las grandes estructuras es total. Los negocios locales ya entienden que el sistema no los necesita, y ahora ellos tampoco necesitan al sistema. Y la tecnología para reorganizar el mercado… ya está lista.
El único motivo por el que esto aún no ha estallado es porque nadie ha conectado las piezas. Solo falta quien lo estructure y lo organice. En política, tardaron diez años en verlo. En los negocios, solo les queda una pregunta: ¿Cuánto tiempo creen que les queda antes de que el mercado los reemplace?
No Es Un Ciclo, Es Un Cambio de Era
Si el mercado ya está al borde de una transformación estructural, ¿por qué los grandes bancos y fondos de inversión aún creen que tienen el control?
Porque aún creen en sus propios modelos. Porque siguen leyendo reportes de riesgo, proyectando curvas de crecimiento, analizando el mercado con los mismos instrumentos que usaban hace veinte años. Porque siguen convencidos de que la economía es un tablero de ajedrez donde ellos siempre juegan con blancas. Pero el problema no solo es económico, es de legitimidad.
Durante décadas, la economía se basó en un supuesto: el consumidor es racional. Compara precios, evalúa calidad, maximiza utilidad. Y si se siente insatisfecho, simplemente busca otra opción dentro del mismo sistema. Esa era la teoría. Era.
Pero aquí viene la parte que nadie en Wall Street quiere escuchar. No es solo el consumidor el que ha cambiado.
Esos pequeños negocios locales, esos leprosos del sistema, esos parásitos del crédito que los bancos despreciaron porque nunca calificaban para financiamiento serio, también están despertando.
Los trataron como una clase de subempresarios, como un sector marginal, como los mendigos del sistema financiero. Y ahora esos mendigos pueden organizarse y lo que hace sólo unos años podría tomár al menos una década, hoy puede ocurrir en meses o quizás un año.
Porque hoy, el consumidor no solo busca mejores precios, busca castigar. No solo cambia de marca, cambia de modelo económico. No solo elige, se organiza. Y esos pequeños negocios, que durante décadas fueron tratados como polvo en el engranaje del gran mercado global, ya no están dispuestos a seguir jugando bajo las mismas reglas.
Pero los bancos siguen convencidos de que lo que está ocurriendo es un ciclo más. “Nos adaptaremos”, piensan. “Como siempre lo hemos hecho.” Apostarán por nuevos discursos, ajustarán su estrategia de marketing, encontrarán formas de redirigir su capital. Pero esta vez, la tormenta no pasará. ¿Por qué? Porque no es un ciclo, es un cambio de era.
La Tecnología No Espera a Nadie
Si el problema ya no es económico sino de legitimidad, ¿qué papel juega la tecnología en esta transformación?
El gran error de los bancos y corporaciones no es solo subestimar el resentimiento de los negocios locales y consumidores precarizados. Es no ver que ahora tienen las herramientas para actuar. Antes, la indignación económica existía, pero no tenía estructura. Era solo ruido. Quejas dispersas. Frustraciones sin impacto real.
Hoy, la tecnología ya permite organizarla. Durante décadas, si un pequeño negocio quería desafiar el sistema, tenía dos opciones: intentar sobrevivir dentro de él, adaptándose a las reglas de siempre, o fracasar en el intento y ser absorbido o destruido. Pero esas reglas ya no aplican.
La estructura para operar fuera del sistema ya está lista. Plataformas de comercio que no dependen de los grandes jugadores, redes financieras descentralizadas, sistemas de distribución alternativos. Antes, todo esto parecía una utopía. Ahora es una realidad funcionando en paralelo al viejo sistema. Y lo que nadie está viendo es que, en cuestión de meses, puede aparecer una tecnología que haga irrelevante la vieja distinción entre ERP y CRM, esos dinosaurios diseñados para administrar negocios y clientes como si fueran números en un balance, completamente alejados de la realidad de los negocios locales.
Lo que viene no es un software de gestión. Es una plataforma que permitirá a los negocios locales crecer y desarrollarse, no solo subsistir. Que no solo les dará herramientas, sino que estructurará, dirigirá y movilizará su resentimiento. No será un sistema administrativo. Será una máquina de guerra.
El viejo poder sigue operando bajo la ilusión de que el mercado sigue bajo su control. Pero el mercado ya está mutando sin ellos. La pregunta no es si esta transformación ocurrirá. Es cuándo el viejo sistema se dará cuenta de que ya ha ocurrido.
Desde una plataforma a un arma distribuida
¿Por qué es una Máquina de Guerra y no solo una plataforma?
La mayoría de las grandes disrupciones en la historia comenzaron como herramientas, pero terminaron como armas.
Los bancos y las corporaciones han visto pasar olas de tecnología antes: fintechs, comercio digital, redes sociales. Han aprendido a adaptarse, a absorber la disrupción y convertirla en parte del sistema. Pero esta vez, la tecnología no es un cambio de canal de ventas, no es un nuevo producto financiero, no es una simple optimización de costos.
Es una máquina de guerra. No es un ERP, no es un CRM. Es una estructura diseñada para romper el sistema. No solo administra negocios, los convierte en unidades de combate. No solo da herramientas a los pequeños empresarios, les da un rol en la destrucción del viejo orden.
Funciona con dos principios: gamificación y dirección conductual. ¿Qué significa esto? Que no solo les dice a los negocios qué hacer, sino que los lleva a hacerlo de manera coordinada. Como miles de drones artillados en un enjambre de ataque. No habrá cúpula de defensa capaz de detenerlo.
Pero hay algo aún más importante. Esta máquina no solo empodera a los negocios locales, les da algo que nunca antes habían tenido: la ilusión de autonomía.
No son ellos quienes eligen a sus enemigos. Es la estructura la que decide, la que establece los objetivos y los marca como blancos. Los negocios locales y los jóvenes no se darán cuenta de cómo son dirigidos. Se sentirán empoderados, sentirán que están actuando por cuenta propia, pero en realidad estarán flotando en una corriente imparable que los arrastra hacia el punto exacto donde deben golpear.
No es una simple plataforma de gestión. Es un sistema que toma la frustración, el resentimiento acumulado de los negocios locales, y lo estructura, lo dirige, lo convierte en un arma.
Porque un mercado descontento es peligroso. Pero un mercado descontento con un blanco definido es imparable.
Si alguien cree que esto es solo teoría, debería recordar lo que ocurrió con GameStop y Reddit. Un foro rudimentario, sin estructura, sin planificación, logró poner en jaque a uno de los grandes jugadores de operaciones en corto de Wall Street, a través de la organización de miles de pequeños inversionistas casi insignificates. Y solo hubo un motivo por el que no fue peor: el sistema aún tenía mecanismos para frenar el golpe. Robinhood interfirió y eliminó el botón de venta para proteger a su principal aliado financiero (el operador en corto) y los gigantes sobrevivieron. Imaginen lo que pasaría si, en lugar de un foro caótico y sin liderazgo, existiera una máquina diseñada para dirigir estos ataques con precisión planificada y quirúrgica. Imaginen un sistema donde no haya un Robinhood que pueda frenar el impacto.
¿A qué lado del cañón quieren estar?
Lo que describes es convincente y, al mismo tiempo, profundamente perturbador. Si esta máquina de guerra ya está en desarrollo y el viejo sistema está a punto de ser desplazado, ¿qué opciones les quedan a los grandes jugadores? ¿Pueden aún moverse a tiempo o ya es demasiado tarde?
La pregunta no es si esta máquina de guerra cambiará el mercado. Es cómo lo hará. Porque esto no será un colapso repentino, no será un gran terremoto que sacuda todo al mismo tiempo. No. Será quirúrgico. Sector por sector, enemigo por enemigo, caída tras caída. Primero los más débiles, los que ya están tambaleando. Luego los que parecían intocables. Uno a uno, hasta que todo el viejo orden quede reducido a escombros.
Si alguien aún cree que esta es solo una teoría, que mire lo que está ocurriendo. Trump no ha esperado a asumir su segundo mandato para empezar a elegir enemigos. Día a día, está marcando sus objetivos: primero las políticas de diversidad e inclusión, luego los inmigrantes ilegales, después los tratados con Colombia, Canadá, México, China y Panamá. Uno por uno, los está desmantelando.
Ahora, imaginen que esta misma estrategia de destrucción quirúrgica ocurre en el mercado, pero desde abajo. Desde la base. Desde los negocios locales que han sido despreciados, explotados y abandonados por las grandes estructuras financieras. Imaginen que el ataque no viene solo desde la Casa Blanca, sino desde cada rincón del mercado.
Y mientras esto ocurra, los accionistas de los grandes jugadores verán cómo el valor de sus inversiones se derrite sector por sector. Sus modelos de riesgo no habrán calculado la presión de millones de pequeñas decisiones dirigidas con precisión. No tendrán proyecciones para un mercado que ya no responde a la lógica de siempre, sino a la lógica del resentimiento organizado.
Y cuando se den cuenta de lo que está pasando, ya será demasiado tarde. Las opciones son claras: invertir en la máquina o morir con el viejo sistema.
No habrá un Robinhood que los salve. No habrá un organismo regulador que detenga el golpe. No habrá tiempo para moverse cuando la ola ya los haya arrastrado. Pueden esperar y ver qué pasa. O pueden ser parte de la tormenta antes de que la tormenta los alcance. Porque la ola ya empezó. Y esta vez, no tendrán opción.